Artículo publicado por Vicenç Navarro en la columna “Dominio Público” en el diario PÚBLICO, 1 de enero de 2015.
Este artículo critica la tesis
del novelista Javier Cercas, que en su última novela ”El impostor”
sostiene que en todo proceso de recuperar la memoria histórica hay una
impostura, concluyendo que todos somos impostores.
Escribir novelas es fantasear, dando la
oportunidad de que el novelista, a través de su creatividad, imagine y
cree una realidad donde exprese sus puntos de vista y sostenga y
promueva sus tesis, lo cual hace ya sea abiertamente o no tan
abiertamente, ya sea consciente o inconscientemente. Utilizo la palabra
fantasear sin ninguna intención peyorativa. Solo lo hago con intención
descriptiva.
El segundo punto que merece señalarse
en el arte de fantasear es que cuando esta fantasía se desarrolla
utilizando figuras y tiempos históricos, las ocasiones para la
manipulación son enormes, pues el autor siempre puede defenderse
subrayando que él o ella no es un historiador sino un novelista. De ahí
que las novelas históricas reflejen muy claramente el punto de vista del
novelista (también ocurre con el trabajo del historiador, pero este
siente la necesidad, para defender su credibilidad, de mostrar datos y
evidencia que sostengan sus puntos de vista). El novelista puede
modificar la historia a su gusto, sin tener que explicar o defender
nada. Y ahí es donde el margen de la manipulación es enorme.
La tercera observación es que la
visibilidad mediática de un novelista tiene mucho que ver con su
aceptabilidad por parte del establishment (es decir, de la estructura de
poder) político-mediático de un país, que define lo que suele llamarse
“la sabiduría convencional del país”. Esto sucede especialmente en
España, donde la falta de oportunidades para los novelistas con voces
críticas con dicha sabiduría convencional es enorme.
Confirmando lo que digo, vemos hoy (en
realidad, ya hace varios años) cómo el establishment político-mediático
español ha estado promoviendo al Sr. Javier Cercas, altamente
promocionado por el grupo Prisa y su diario El País, quien ha ido
sintetizando la opinión aceptada del establishment liberal sobre la vida
política del país, la cual, como era de esperar, ha ido evolucionando a
medida que el tiempo nos ha ido distanciando de la transición que
ocurrió en este país en la segunda mitad de los años setenta, pasando de
una dictadura a una democracia. Al llegar tal periodo de transición, la
percepción de los dos bandos de la Guerra Civil cambió notablemente. Se
pasó de definir a los republicanos como “rojos” y “separatistas” a
verlos como seres humanos, en carne y hueso, también con sus glorias y
penas. En realidad, Javier Cercas incluso fue más allá, indicando que
los perdedores de aquella guerra habían iniciado la reconciliación que
aparece en el momento álgido de su novela Soldados de Salamina cuando el
soldado republicano decide no dispararle un tiro al dirigente de la
Falange, momento considerado simbólico en el inicio de la
reconciliación. Ni que decir tiene que la novela recibió un enorme
aplauso del establishment político mediático y de los “Santos Juliá” de
este país (Santos Juliá es uno de los principales autores que han
promovido la visión de la transición como modélica, basada en la
reconciliación) que la promovieron activamente, concluyendo (como
también concluía Javier Cercas) que todos éramos responsables y debíamos
reconciliarnos aceptando una responsabilidad colectiva, mirando hacia
el futuro, sin mirar al pasado, porque podríamos tropezar en el camino
si no mirábamos hacia adelante. Esta visión es la dominante en el
establishment político mediático español. Y ha sido una constante de los
escritos de Javier Cercas en donde trata de la Guerra Civil
colectivizando las responsabilidades de tal conflicto acentuando que
todos somos responsables de lo que ocurrió en aquel periodo.
No todos somos responsables
He escrito críticamente sobre esta
postura y sobre esta novela de Cercas, mostrando que ni la Transición
fue modélica ni la reconciliación fue voluntaria, ni todos somos
responsables de que hubiera tal conflicto ni de que se desarrollara tal
como se desarrolló. En realidad, la llamada reconciliación significó
muchas renuncias por parte de los herederos de los vencidos y que
explicaron por qué el producto de aquella Transición fuera una
democracia sumamente limitada, con un Estado poco social, y poco
redistributivo, claramente favorable a las fuerzas financieras y
económicas que lo dominaban, y con una visión de España que excluye su
plurinacionalidad. Pero mi crítica de Cercas no era solo sobre su
supuesta tesis de reconciliación, sino también sobre el tono que
aparecía en su escrito y narrativa, en el cual él, hijo de vencedores de
la Guerra Civil, intentaba ser favorable a los vencidos, adoptando una
actitud condescendiente que yo –hijo de vencidos- encontré ofensiva,
como también lo encontró el hijo real del supuesto héroe o personaje
principal de su novela, que se quejó de ello indicando que su padre no
hubiera hecho lo que Cercas le atribuye en su novela. Es más que
probable que Cercas no intentara ser condescendiente, pero lo fue. Solo
los hijos de los vencidos conocemos en carne propia lo que significó
perder la guerra, la represión que siguió, y las enormes injusticias y
atrocidades que se cometieron. Lo que ocurrió en la Transición no fue
una reconciliación sino un pacto entre dos bandos sumamente desiguales
en cuanto al poder de decisión. Las derechas tenían a su disposición
todos los aparatos del estado, además de los medios de información,
mientras que las izquierdas acababan de salir de la cárcel, de la
clandestinidad o del exilio.
Un segundo libro, Anatomía de un
instante, informaba de que no hubo ninguna conspiración o participación
del Monarca en el golpe militar del año 1981. No era una novela, sino
una investigación que confirmaba lo que el establishment
mediático-político ha estado defendiendo. La evaluación de este libro
tiene que ser, pues, distinta a la evaluación de una novela. De ahí que
no la comente, excepto para indicar que creo que saldrá en su día
evidencia que muestre que el Monarca no fue tan inocente como Cercas
cree.
Pero las fantasías de Cercas alcanzan
ya otro nivel para adaptarse a otro componente de la sabiduría
convencional de aquel establishment político y social que comienza a
estar cansado de que continúe una gran presión popular para que se
conozca lo que ha sido ocultado tanto tiempo. Y me refiero a la memoria
de los vencidos. No hay plena conciencia del bochorno que representa a
nivel internacional que el gobierno español continúe ignorando tanto la
búsqueda de los cuerpos de los asesinados desaparecidos, como la verdad
de lo ocurrido durante aquellos años de guerra y de la represión que les
siguió. Y ahí es donde, predeciblemente, aparece el libro de Javier
Cercas Impostor. Admite que hay una injusticia y que debe hacerse algo,
pero la manera en que lo hace diluye el impacto y el valor de esta
búsqueda, subrayando su tesis de que esta búsqueda de la memoria
histórica es, además de ser parte de toda una industria, es también una
falsedad, pues no hay ni “verdad” para descubrir ni “héroes” para
homenajear. Solo hay víctimas que merecen “nuestra compasión y respeto”
(cito textualmente lo que dijo en la SER). Pero nada más, porque cada
persona tiene su verdad, y una víctima no tiene porque ser héroe puesto
que “solo son héroes aquellos que dicen no cuando todos dicen sí” (otra
cita).
La supuesta industria de la memoria histórica
Este mensaje, por cierto, es el mismo
que las derechas han estado promocionando desde el poder durante muchos
años. Cercas es incluso más dañino con su manera de hacerlo, pues centra
su trabajo en la figura de un impostor, que fue Enric Marco Batlle (ex
presidente de la asociación Amical de Mauthausen), que resulta que nunca
fue prisionero de ningún campo de concentración. Y a partir de este
hecho concluye que toda memoria histórica tiene una falsificación en
ella y, colectivizando la práctica de nuevo, asume que todos somos
culpables de impostura y falsificación. Mediante tal socialización de la
responsabilidad de lo ocurrido –en la que todos somos responsables-
diluye y trivializa el hecho de que hubo personas responsables y otras
que no lo fueron. En España hubo responsables de lo que ocurrió,
incluyendo del bando del cual él procede –el bando de los vencedores-,
que deberían denunciarse e incluso llevarse a los tribunales. Y ha
habido otros –los perdedores- que incluyeron muchísimos héroes
desconocidos que sufrieron enormemente porque creyeron en una causa, la
republicana, que les implicó enorme sufrimiento y gran coste personal.
Definir ahora la búsqueda de la memoria individual y colectiva de tales
personas (en condiciones dificilísimas) como una industria es un insulto
en letras mayúsculas a aquellos que están haciéndolo con una enorme
pobreza de medios y a un enorme coste personal.
Una última observación. Javier Cercas
ha aparecido en todos –repito todos- los medios del establishment
mediático tanto televisivo como radiofónico, con su mensaje de que todos
somos impostores, tranquilizando así, a él mismo y a los que él
representa y que le promueven. Pero considero repugnante (y no hay otra
manera de decirlo) que vaya utilizando los medios para dificultar la
labor heroica de aquellos que, con un gran coste personal, están
presionando para que se conozca, se homenajee y se retribuya a los que
perdieron su vida, en una causa que les honra.
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